La Necesidad de entregarnos a lo oculto. Para una estética del misterio.

Al misterio le encanta lo externo, un afuera, algo diferente que nos interpela, una huella del pasado que llega a nosotros de forma sesgada, un paisaje, que se evidencia profundo y vacío, donde habitan ausencias, que invita a la imaginación a vagar libremente para llenar esos huecos con los frutos de la fantasía. Donde escasea la información es donde más libertad tiene la imaginación para actuar. Casas abandonadas, ruinas perdidas en el tiempo, son buenos ejemplos donde puede habitar el misterio, lugares que movilizan nuestra inquietud, donde se evidencia la ausencia y se manifiestan las presencias del pasado que “habitan espectralmente lo que alguna vez fue, lo que es y lo que podría haber sido” (Fisher, Los fantasmas de mi vida, 2018). Cuando me refiero al misterio, me refiero a todos estos intersticios, donde se revela lo espeluznante, donde se evidencia el velamiento de las cosas que despierta en nosotros una fascinación. Fascinación por lugares donde se evidencia el horror y el goce, que no es otra cosa que un goce por lo desconocido, por lo que se mantiene oculto y esquivo, un exterior que mantiene en vilo nuestra ansia de saber, nuestra necesidad de conocer.