Todas las propuestas metodológicas implementadas para enfrentar la problemática
de la comprensión y producción de textos, las estrategias provenientes de las instancias
superiores del sistema y aun las surgidas del planteo honesto y voluntarioso de los mismos
integrantes de las plantas escolares, han tenido como eje, como articulador, como
responsable prácticamente exclusivo, al área curricular “Lengua”.
Si bien ya se ha discutido si la lengua en la escuela es un objeto de estudio o una
herramienta para la comprensión, cabe aún la posibilidad de discernir entre los estudios
sobre la lengua y la adquisición de destrezas sobre la textualidad.
Obviamente, el lugar de la reflexión lingüística es el espacio de Lengua pero las
prácticas textuales son competencias que no pueden restringirse sólo a esta área. Todas las
disciplinas son -básicamente- textos organizados y referidos a objetos delimitados por una
metodología y mediatizados por una subjetividad. Cada disciplina, es un conjunto de textos
y discursos concernientes a un campo específico. Al hablar de materia, cátedra o espacio,
se hace referencia a una instancia en la que los temas convocantes son presentados,
estructurados, considerados y evaluados por medio de un conjunto de textos que permiten
reconocerlos como parte de una ciencia o de un saber. Así pues, cualquiera sea el objeto de
estudio de una asignatura, sólo se accede a él por una serie de textos que traducen esos
datos de la realidad en lenguaje, en cultura. Y para comprender y/o producir esos textos es
preciso contar con un conjunto de habilidades o competencias: conocimientos y aptitudes
que se necesitan para comunicarse en contextos diversos. Éstas han sido clasificadas, con
mayor o menor acierto, en lingüísticas, paralingüísticas, culturales, discursivas, etc. y, al
momento de abordar la producción o la lectura, las mismas intervienen permitiendo la
operatoria.