Sobre La tierra de los mil caballos, de Gabby De Cicco (Rosario, Baltasara Editora, 2016)

La tierra de los mil caballos excede las fronteras genéricas de un libro de poemas. Está en verso vivo recalcitrante, es cierto, pero también es un postulado imaginario lleno de contamina. Como fabricación de la palabra, despliega una serie de posesiones constitutivas que le dan alma. Tiene un escenario axiomático y un tiempo en polaroid: el New York abierto al medio con navaja de aquella década premonitoria y azarosa que fueron los setenta. Tiene personajes nunca ficticios, siempre literarios. Personajes de reseña de rock. Cuerpos amados y desposeídos, que no remiten a la reminiscencia ni a la nostalgia, sino que simplemente vuelven del fuego para encarnarse en verso. Tiene un soundtrack omnipresente que no se reduce a mero telón de fondo, sino que se injerta por la fibra misma de cada fonema, hasta formar la cadencia de las sílabas y tomar posesión inalienable de la palabra.