Si aceptamos la propuesta de Albin Lesky1 al declarar que el mito es la fuerza espiritual
que está detrás de los hechos, más allá de su estructura, se hace inevitable establecer
vinculaciones funcionales y de sentido con el pensamiento religioso que, a lo largo de la historia
ha ido generando las condiciones de relación y determinando amplios campos de significación en
las sociedades.
La intervención de ambos discursos como dispositivos de regulación ética, moral y cívica
de los grupos humanos encontró espacios privilegiados en puestas en escena de diversa índole.
Así como el relato mítico se afianzó en el ámbito de la tragedia, los fundamentos narrativos de la
religión logran su actualización en las diferentes prácticas eclesiásticas (misas, sacramentos, autos
de fe).